Los neonicotinoides y el fipronil tienen unos efectos que van más allá de las especies de cultivo, plantas y plagas a los que se destinan.
Están causando daños significativos y presentan un riesgo de daños serios para una amplia gama de especies invertebradas beneficiosas del suelo, la vegetación, los hábitats acuáticos y marinos y, por tanto, afectan a los servicios del ecosistema.
Falta investigar el impacto en especies vertebradas, aunque la evaluación ha revelado efectos no letales preocupantes en una serie de especies, incluidas las aves.
El riesgo de daño se da a niveles de exposición de campo (es decir, las cantidades usadas en agricultura) y menores.
Está claro que los niveles actuales de contaminación con neonicotinoides como consecuencia de los usos autorizados suelen exceder «las concentraciones más bajas que producen efectos adversos» en una amplia gama de especies no diana y, por lo tanto, es probable que tengan efectos biológicos negativos de gran alcance e impactos ecológicos a gran escala.
También hay pruebas evidentes de que los neonicotinoides suponen un riesgo importante de daño para las abejas melíferas y otros polinizadores.
En las abejas, las concentraciones realistas de campo (como las usadas en los cultivos) afectan de forma adversa la navegación individual, el aprendizaje, la recolección de alimento, la longevidad, la resistencia a las enfermedades y la fecundidad. En los abejorros se han hallado efectos irrefutables a nivel colonial, puesto que las colonias expuestas crecen más lentamente y producen muchas menos reinas. Los estudios de campo con colonias de abejas en libertad resultan difíciles de llevar a cabo porque las colonias de control se contaminan constantemente con neonicotinoides, una clara demostración de su presencia generalizada en el medioambiente.